miércoles, 24 de junio de 2009

Tras la escena



“Me vi adentrándome cada vez más en aguas desconocidas (…)
colmado constantemente de desconcierto y asombro”
Miles Harvey



Habíamos acordado hora y lugar un par de días antes. El sábado 23 de Mayo mi compañero y yo nos encontramos a las cinco de la tarde en las puertas del Museo Palais de Glace, situado en el barrio de Recoleta. A ambos se nos veía expectantes. No sabíamos con exactitud que muestra nos esperaba dentro del museo y sin embargo, esto hacía crecer nuestras ansias.
Nos adentramos en él dejando tras las puertas un día sumamente soleado y caluroso. Gracias a una serie de folletos nos enteramos que se estaban exhibiendo varias muestras en paralelo. De esta manera, encaminamos nuestro recorrido.
En la planta baja del museo presenciamos la exhibición de Roberto Scafidi, artista argentino. Retrospectiva. Con este nombre se hacía conocer la muestra. No es un detalle menor ya que implica tanto para el autor como para el visitante imaginar un viaje hacía el pasado. Replantearse a uno mismo lo que nos compone hoy en día. Luis Felipe Noé, quien hace una mera reflexión a cerca del trabajo de Scafidi nos plantea: “Roberto Scafidi, es el inventor de su propio juego (…) ¿con quién lo juega? Con el fantasma de su propio ser que se va revelando en ese acto”.
Las obras con las cuales nos encontramos poseían una gran semejanza unas con otras. Predominaban la abstracción geométrica y una gran variedad cromática. Definitivamente nos encontrábamos dentro del “juego” del autor. Las obras como laberintos se complementaban con las figuras del hombre de una manera muy particular, muñecos.
Tras realizar una minuciosa vista por cada una de estas obras nos vimos envueltos en la necesidad de preguntarle a la guía del museo, estudiante de Historia del Arte en la Facultad de Buenos Aires, algunos datos a cerca del artista. Nos introdujo en tema. Nos comentó que a Scafidi no le interesa producir la realidad, aquello que vemos, sino trabajar el lenguaje propio del arte plástico, es decir sus colores, formas y composición.A pesar del dinamismo que proponía la exhibición, no había mucha gente presenciándola. Los pasillos del museo parecían sumamente amplios y vacíos. Esta cuestión fue retomada a la hora de la entrevista con la guía. “La gente que visita el Palais de Glace suele ser muy variada en edad y en perfil”, fue su explicación; “la fotografía parece ser más atractivo para una composición más variada de público, más masivo”.
Sin más, y con una gran acumulación de colores en la retina de nuestros ojos y formas geométricas saturando nuestra mente, dejamos atrás la muestra de Roberto Scafidi para subir al primer piso del Palais de Glace.
Tal como se nos había dicho, una muestra fotográfica acarreaba un mayor número de visitantes en aquel primer y único piso. Curiosa similitud: las obras de Scafidi simulando ser laberintos constantes y frente a nosotros, una muestra fotográfica titulada Laberinto de miradas.
Esta segunda muestra, incluía fotografía documental de gente que trabaja en colectivos. Lograba abarcar diferentes países y temáticas. Las costumbres de la gente, niños jugando, comidas y vida cotidiana eran representadas por las fotos de estos distintos y variados autores. Los hechos se encontraban explícitos. La postura interpretativista era inapropiada, tal como plantea David Olson en El mundo sobre el papel acerca del arte holandés del siglo XVII.
Si bien para mi la muestra no era tan atractiva, el público parecía muy sumergida en ella. Se rescataban comentarios comparativos entre los hechos cotidianos de allá (sea cual fuere el lugar fotografiado que se encontraban mirando) y costumbres propias de nuestro país. En algunos casos, no parecían muy distantes.
Tras una hora de visita por el museo, mi compañero y yo nos encaminamos hacia la última exhibición; Proyecto Circular. Esta muestra encerraba veinte jóvenes artistas argentinos en circuito. “Las obras aquí exhibidas ofrecen diversidad” explica Oscar Smoje, Director del Palacio Nacional de las Artes, en el folleto de presentación del museo, “las temáticas varían entre ciudad, vida privada, fantasía, realidad social”.
El título que englobaba esta última muestra era mera representación del espacio físico del museo en el cual nos hacíamos presentes. La gran distribución del espacio y su destacada circularidad permitía al observador un amplio panorama de todas y cada una de las obras con tan solo encontrarse en una de las entradas de ese gran salón.
Pudimos observar tres obras por sobre las demás. Los motivos comunes por los cuales hicimos esta distinción fueron por el tamaño mismo de las obras, el reflejo de la dedicación de sus autores y la iluminación con las cuales estaban montadas.
La primera obra pertenecía a Andrés Bisserier. Mediante técnicas mixtas se observaba una representación cotidiana de una manera poco usual. Comentando acerca de ella, mi compañero y yo recordamos un concepto visto durante la clase de Taller de Expresión I. Para Freud “lo siniestro en lo personal”. Cuando lo hogareño o cotidiano se vuelve extraño. Este extrañamiento, tomado desde la forma en la cual se encontraba representada una imagen tan común: una habitación con libros, sillones, mesas; pintada con acrílico (blanco y violeta) sobre un espejo de un tamaño enorme. De la misma manera, el espejo, algo tan cotidiano se veía extrañamente tomado como base del dibujo.
La obra de Florencia Vivas, Bosque, era la segunda obra que captaba nuestra atención. Poseía una mayor riqueza cromática, diferentes tonalidades de verde. Varias series de planchas de papel con forma de árboles les otorgaban profundidad. Al final de ellas, en negro la imagen de un animal feroz aparecía de manera desapercibida. Me remontaba al cuento infantil de Caperucita Roja y el Lobo.
Por último 40 días de Andrés Paredes superaba todo lo visto. En papel negro podíamos ver una obra dividida al medio. Estas dos partes eran exactamente simétricas, a modo de espejo. En ella una serie de detalles minúsculos dados por el trabajo del artista. Mi compañero y yo intentábamos despegar nuestra mirada de la obra y sin embargo nuestros cuerpos giraban para contemplarla una vez más.
Una profesora del colegio secundario solía hacer mucho hincapié en el tema del espejo en la literatura. La imagen invertida. Tratar de encontrar significaciones en los textos y relacionarlas con en nuestras experiencias.
Tanto el espejo mismo como protagonista de la primer obra, y el posible efecto espejo de la última, hacían ruido en mi interior. Laberinto, búsqueda, espejo. Sin decir nada, decidí dejar este pensamiento de lado, hasta poder encontrar un momento que acreditara su reflexión.
Tras justificar el por qué de las obras destacadas, conversamos con algunos jóvenes extranjeros que se encontraban en el salón. Nos intrigaba saber qué muestra había sido de su mayor agrado. Su respuesta sin duda y asemejándose a la de la guía del lugar, fue la muestra fotográfica, debido a su representación realista.
Sin mucho más tiempo, debido al cierre del museo, mi compañero Daniel y yo nos retiramos haciendo antes un panorama general de lo que habíamos visto. Sacamos fotos de las obras que nos habían impactado, de las que no tanto e incluso de ese salón amplio que era gratificante para quien visitara el lugar.
Nos retiramos dejando atrás el museo en quietud. Al salir, el día soleado había desaparecido por la oscuridad temprana del otoño. Caminamos comentando lo que habíamos visto y lo que podíamos llegar a hacer con ello. Me despedí de Daniel al llegar a la parada del colectivo que lo llevaba a su casa. En las cuadras restantes, retomé la cuestión que había quedado en mi cabeza. Laberinto, búsqueda, espejo. Retrospectiva, miradas. Proyecto. Todo era parte de algo. Recordé entonces mis pasos por el curso de arte que había llevado a cabo en mis dos últimos años de secundario. En ese entonces ya me había planteado la idea de hacer mi propio auto-descubrimiento. Es cuestión de seguir desarrollándolo, pensé. “En la meta esta el origen".

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