martes, 28 de julio de 2009

Diario 4

Lunes 20 de Julio
A partir de mi primer boceto de proyecto, traté de buscar más información sobre algunas cosas que me parecía que habían quedado muy por sobre la superficie. Es por esto que reescribí algunos párrafos del proyecto cumpliendo con este propósito.

Martes 21 de Julio

Teniendo en cuenta el comentario guía de mi profesora, reactivé una búsqueda sobre textos poéticos en relación con el mar, los faros, etc. e investigué a cerca de Marcel Proust y sus obras.
Al mismo tiempo, comencé a leer el libro Juan Salvador Gaviota de Richard Bach, con la intención de encontrar algún otro elemento que pudiera sumar a mi trabajo.

Viernes 24 de Julio

Continúo trabajando con las propuestas de mi profesora y compañera de trabajo.Finalizo de leer el texto de Bach. Sin bien no encuentro en él algo específicamente que pueda ayudar con mi trabajo, valió la pena encontrarme con éste libro que tanto da a pensar.Aún sigo en la búsqueda de un libro que tenga una mayor relación con el tema del “faro” en sí.Sigo reanudando lazos entre los diferentes párrafos del proyecto, sigo trabajando.

lunes, 20 de julio de 2009

Diario 3

Miércoles 15 de Julio

Después de organizarme, armar un cuadro con los temas principales que quería abarcar, recuerdos y de más datos, decidí enfrentar la hoja en blanco de la computadora y empezar a escribir mis primeras ideas.

Durantes los siguientes días continúe desarrollando mi proyecto hasta alcanzar un primer boceto que publico hoy en esta tercera parte de mi Diario. Incluidos en él presento fotos que me han servido de guía para poder explayarme sobre algunas cosas, averiguaciones históricas y los testimonios de mi familia.

Sin embargo, me gustaría profundizar en determinados aspectos, por sobre todo lo que es el tema del faro en sí. Espero recibir alguna recomendación de algún texto que pueda ayudarme un poco más.


El testigo silencioso

Un viaje puede significar muchas cosas en la vida de una persona. Viajar, palabra fugitiva que nos incita al movimiento tanto hacia los confines del mundo interior, como del mundo exterior.

Hace un par de años atrás los momentos previos al viaje en familia solían ser un caos. Instantes de ansiedad, todos repasando mentalmente lo que sí debía llevarse y lo que no. Extraña sensación de entusiasmo. Partir, no importa lugar ni horario, día o estación. Sólo partir.

Ruta nacional Nº 3, sur. 630 kilómetros desde la Ciudad de Buenos se tiñen con el color del paisaje. Verde, azul, celeste, blanco y nuevamente verde. Fantástica línea del horizonte. Escenario de pura libertad. A 78 km. de la ciudad de Bahía Blanca, de donde es oriundo mi padre, un desvío anticipa que me deparan 30 km. de grandes médanos cubiertos por asfalto. Minutos más sólo será la calle angosta y el típico cartel verde (anuncio de ruta) el que me de la bienvenida a: Monte Hermoso.

Monte Hermoso es un pequeño distrito ubicado sobre la costa atlántica. Su nombre hace referencia a un médano que alcanzó a medir 36 metros de altura siendo visible a gran distancia, en lo que se conocía como “Punta Tejada”. Originariamente las tierras que hoy lo integran, fueron cedidas a mediados del siglo XIX a familiares de don Juan Manuel de Rosas. En el año 1879, Esteban Dufaur decidió comprar 4.000 hectáreas de estas tierras y encomendó a su hijo Sulpicio Esteban la tarea de organizar un establecimiento rural, teniendo en cuenta su ubicación de privilegio frente al mar.
El invierno es una estación particular para visitar las costas atlánticas de nuestro país. Todo el color del verano parece desvanecerse. Es justamente aquí, a pesar de tibio sol que nos cubre, donde un aspecto gris se apodera tanto de las paredes de los edificios como de las puertas de los negocios. Sin embargo, no logra oscurecer el buen ánimo de los lugareños quienes atienden sus comercios con grandes sonrisas y siempre están dispuestos a charlar un ratito aunque sea sobre el clima. En parte creo que esto se debe al hecho de que se avecina la hora de la siesta, un descanso general donde todo parece inmóvil con la excepción de algunos jóvenes lugareños inquietos o los antiguos visitantes de este lugar, que prefieren emplear su tiempo en pasear o volver a reencontrarse con todas aquellas cosas que vuelan en el recuerdo, como es en mi caso.
Hasta el año 1935 Monte Hermoso pertenecía al partido de Bahía Blanca. Luego a través de un proyecto del legislador Gregorio Juárez se anexaron las tierras al partido de Coronel Dorrego de quien se independizó definitivamente un 1º de abril de 1979 primero bajo la forma de municipio urbano de Monte Hermoso hasta el 23 de mayo de 1983 cuando fue promulgada la ley 9949 designándolo: Partido de Monte Hermoso.
Son pocos los cambios que se han dado con el correr del tiempo. Algunos edificios nuevos, un par de calles pavimentadas, dos o tres propiedades horizontales con formato de galería. En la casa de turismo (un negocio ubicado en el centro del partido) me han dicho que las actividades acuáticas son la nueva innovación. Al parecer las playas un poco más alejadas del centro son ocupadas por todos aquellos que desean pasar las tardes practicando jet sky. Interesante sí…pero Monte Hermoso solía particularizarse por conservar la paz en sus playas.

Monte Hermoso no es un partido muy grande. Su extensión se limita en 3 o 4 kilómetros a lo ancho de sus playas. Caminar estas cuadras tiempo atrás me habría parecido eterno, pero el pensamiento cambia cuando se aprende a descubrir en el camino plazas llenas de altos árboles, veredas limpias y el amable viento que roza tu cara.

Respirar. Sólo eso.

-Si hay algo inolvidable y que caracteriza a este lugar es la salida y la puesta del sol sobre el mar, haciendo eternas las tardes y los días.

La costumbre de caminar por las playas de Monte Hermoso ha de ser algo legendario en mi familia. Mi padre acompañado de mis tíos y mis abuelos emprendían la caminata hasta el final de las playas donde se encuentra el faro una y otra vez, cada verano que se encontraban de visita. Lo mismo sucedía con mis hermanos y conmigo.

La pasividad de la tarde oponiéndose al ruido de las olas que se arman y se desarman chocando unas con otras me incitan al movimiento. Siempre pensé que la arena bajo mis pies es una agradable sensación de cable a tierra. Una conexión particular entre el mundo y mi cuerpo.

Caminar a orillas del mar implica una constante música de fondo. El viento te despeina y las gaviotas parecen volar contra viento y marea.

A distancia se alza el muelle de pescadores. Aún en mi infancia tenía una apariencia pobre, a medio terminar. En la actualidad se encuentra igual. Sus columnas parecen poco seguras pero aún así resisten con fuerza los golpes de las olas, esa fuerza extraordinario que encarnan frente a la construcción.
Año tras año tengo la costumbre de situarme debajo de las pasarelas de los muelles con el fin de retener en mi retina la imagen de un mar enmarcado por las pilastras que los sostienen.
Absurda paradoja de creer que la inmensidad encuentra límites.

En épocas de verano, a esta misma hora (6-7 de la tarde) los pescadores de redes portátiles despliegan su arte. Hombres y jóvenes de diferentes edades toman el carácter necesario para compartir un momento en conjunto y colaborar con el acto. Nadie dice que no a nadie. Todos se ven envueltos en la expectativa del ritual. Las sonrisas son plasmadas en las fotos que demuestra la participación de la gente en una costumbre lugareña.

Inclinado en las tardes
tiro mis (…) redes
a tus ojos oceánicos.[1]

La distancia hacia mi destino se acorta. Mi próxima meta visible se vuelve el Faro. Sus colores blanco y rojo no pasan desapercibidos y su base parece estar cubierta por una abundante vegetación.

Si bien a la altura del centro las playas se encontraban prácticamente desérticas, aún más alejados de ellas, parecen vacías. La soledad sin parecerse a ella se apodera de todo. Paz.
A mi izquierda se alzan altas murallas, paredes desgastadas por el correr de los vientos pero que sirven para evitar inundaciones provenientes de las tormentas marinas en lo que es denominado el Barrio de los pescadores. Un barrio compuesto por apenas 6 casas que se sitúan entre la vista directa al mar y una calle de tierra arenosa que los separa de verdes prados. Ambos paisajes, postales naturales.
Años atrás esta naturalidad de la que tanto hablamos abría paso al hallazgo de almejas y ostras de grandes tamaños que acaparaban las orillas de estas playas. Hoy en día, la acción depredadora del hombre fue mermando con todo ello.

Conciencia. Lo que el hombre destruye lo destruye para siempre.

Un par de metros más bastan para descubrir en éstas murallas decoraciones hechas con conchillas. Un arte extraño que genera en quien lo observe las ganas de querer pasar su mano por encima, apelar al tacto humano más allá de la visión que curiosamente a cercana distancia se confunde, masifica y en lejanía, grande es la diferencia que puede hacer sobre cada uno de los dibujos: peces, moluscos, tiburones y pulpos.

Por primera vez, el horizonte del mar queda como protagonista secundario para otorgarle mayor importancia a la enormidad de las paredes que acompañan al Faro Recalada situado frente al mar.
La inauguración del Faro Recalada fue llevada a cabo un 1º de enero de 1906. Su construcción habría sido decidida en el año 1904 y fue dirigida por el Ingeniero Luiggi, quién también dirigió la construcción de la base Naval Puerto Belgrano. Los materiales fueron provistos desde Francia por la misma empresa que se hiciera cargo de la construcción de la torre Eiffel.
Un siglo atrás, el lugar presentaba serias dificultades para el transporte de materiales, pues estaba cerrado por cadenas de médanos vivos. Por esta razón, tuvo que adoptarse el transporte por mar para hacer llegar a la zona los insumos necesarios para la construcción. Transportada por la empresa Barbier Bernad y Turenne fue embalado en unos 100 cajones con etiquetas en las que podía leerse el destino, Monte Hermoso.

Imposible no sentirse intimidado ante la inmensa torre metálica. Sus largos metros de altura y sus 293 escalones logran apoderarse del mar, de las costas cercanas y de las ajenas, de todo el partido de Monte Hermoso e incluso más allá del mismo.
Mi padre me contaba que en su infancia el juego que mi abuelo le proponía al él y sus hermanos era descubrir la luz del faro aún viajando en la ruta. De esta forma, las narices contra el vidrio de la ventana del auto bastaban para deleitarse con el primer minúsculo punto brillante en la oscuridad de la noche que marcaría el destino al que esperaban arribar.

Todavía en los ojos siento esa luz burlona
de miles de faroles sobre el tropel de pasos.[2]

El faro siempre ha tenido connotación en el destino como el viaje mismo. Desde la antigüedad los navegantes han confiado en las iluminas fijas de la costa para ser guiados por el mar. Sus luces han servido de guía ante lo de desconocido, han mantenido vivas esperanzas y han acercado otras, han servido de compañía para quienes se han encontrado rodeados de inmensos kilómetros de agua.
En lo personal el faro siempre ha sido mucho más. Somos nosotros, los hombres quienes nos hemos planteado nuestro origen y nuestro destinto en nuestro accionar, en nuestro que hacer, en nuestros escritos y en nuestro pensar. Hemos viajado a los confines del mundo interior en búsqueda de nuestra propia identidad. Nos hemos vistos envueltos en diferentes luces, destellos de lo que puede ser y de lo que fue. Luces que han servido de guías para nuestro caminar. Todo encuentra representación en el faro y en su utilidad.

Extraña sensación es la que se propaga por el cuerpo en el momento que alzamos la vista en búsqueda de la cúspide del faro. Nuestra vista se agudiza e intentamos inmortalizar el momento en que fuimos minúsculos ante él. El sonido del mar parece desaparecer, los oídos se tapan, los pies se vuelven firmes raíces que crecen en el suelo y el cielo nuestra propia cabeza o techo. Nadie habla. Todos escuchan al testigo silencioso.




[1] Neruda ,Pablo; Poema 7.
[2] Pavese, Cesare; Poemas méditos, poemas elegidos; Los Mares del sur. Buenos Aires, Fausto, 1975

lunes, 13 de julio de 2009

Diario 2

Miércoles 8 de Julio

Continúa mi lectura. Avanzo en textos como Escritores Crónicos de María Moreno, Contra el Turismo de Diego Tatián y el poema de Césare Pavese Los Mares del Sur, todos ubicados en el cuadernillo de Viaje y Escritura.

Encuentro en el poema de Pavese el tema del “faro” que tanto me interesa y retomo la propuesta de mi profesora de reconstruir a partir de mi recuerdo y testimonios cercanos mi tan añorado Monte Hermoso y el Faro Recalada.

Jueves 9 de Julio

Retomo el Territorio de Misiones y me dedico a la lectura de los textos de Rodolfo Walsh, La Argentina ya no toma mate, Kimonos en la tierra roja, El país de Quiroga. Compenetrada en las diferentes historias, las hojas pasan y me adentro en Los desterrados de Horacio Quiroga.

A partir del texto El país de Quiroga y los textos en sí de éste autor, investigo un poco más sobre su biografía para sentirme en contexto.


Sábado 11 de Julio

Con la ayuda de mi madre reviso todo los álbumes de fotos habidos y por haber en cada uno de los cajones de mi casa. Sinceramente pensé que las fotos de Monte Hermoso iban a desbordar en cuanto a cantidad. Sin embargo, las fotos encontradas son suficientes como para remontarme a mi infancia allá.

Las extensas playas. Los vientos. Las redes de pesca que dejaban participar a todos aquellos que estuviéramos en el lugar. El viejo muelle. El sol sobre el mar. Las caminatas en familia. La pared de caracoles. La vegetación y el esperado Faro Recalada.
Las fiestas de carnaval.

Hablo con mis hermanos y recordamos aún más algunas de las situaciones mencionadas.
Espero ansiosa los recuerdos que pueden surgir de mi padre dado que es él quien más conoce de esta ciudad.

Domingo 12 de Julio

Confío en el poder de Internet y busco información sobre Monte. Encuentro desde su origen e incluso la historia del primer hotel y cómo se construyó el Faro.

Entre tanto, descubro un texto titulado Tres de Agosto de Juan Rognoni, una historia narrada en la ciudad de Monte Hermoso. Pienso que parte del texto puede servirme para asentar aún más mis recuerdos.

martes, 7 de julio de 2009

Diario 1

Desde el último encuentro de Taller en mi mente vuelan ideas, textos y lugares...Para llevar a cabo el proyecto de escritura, decidí trabajar con la crónica, siendo éste el género que me resulta más cómodo.

De los diferentes territorios a leer me incliné hacia el de Misiones. Hasta el día de hoy, llevo leídas las crónicas de Martín Caparrós y un cierto favoritismo por aquella que titula "Cataratas".

Al mismo tiempo me sumergí en el cuadernillo de Viaje y Escritura:
Una metáfora viva de Celia Güichal. El viaje y todo lo que implica tanto mentalmente como físicamente. El cruce de fronteras y fundamentalmente, la necesidad del relato.
Larga distancia de Caparrós. El lado aún más humano del cronista. Su lucha contra el tiempo e imprevistos.

En un primer momento, al organizar mi trabajo, y tener decidido con qué género iba a trabajar pensé inmediatamente en irme a Monte Hermoso, situado a 100 km. de Bahía Blanca donde pasé muchos veranos de mi infancia. Volver a reencontrarme con ese lugar tan querido para mí, tanto como para mi familia. E incluso investigar a cerca del Faro, un buen parámetro para lo que es el viaje en sí.

Sin embargo, por ciertas complicaciones, mis planes se hicieron agua...

Acá me encuentro, nuevamente pensando un destino a trabajar. Apoyándome en los textos. Desarrollando ese "nuevo mirar".

domingo, 5 de julio de 2009

Última Estación

Diez y media de la mañana del día sábado. Entre perezas ordeno mi itinerario. Repito para mi misma –once y media en el andén número uno–. A un par de cuadras de mi casa está la parada del colectivo de la línea noventa y dos, el cual me lleva hacia donde me dirijo. Mi destino, estación de trenes de Retiro. En mi rostro se refleja la ansiedad por volver a viajar en tren dado que no lo hago desde que era muy pequeña.

Sin un minuto más ni uno menos me encuentro en el horario acordado en el primer andén donde mi compañero de Taller, Daniel, me espera. Al instante que nos saludamos no logro contener el comentario “me siento Dora en Estación Central”. Sin duda en mi mente recordaba una de las primeras imágenes de la película brasilera donde la protagonista alza la vista y alcanza a ver la inmensidad de la estación.
El movimiento de gente entre andenes y boleterias no es demasiado, sin embargo, altera mi visión y mi cabeza gira de lado a lado intentando captar todas las situaciones que se presentan.
Entre palabras, chistes y comentarios sacamos nuestros boletos de viaje. Ahora sí, tras los molinetes del andén se encuentra el tren que nos llevará desde estación Retiro a estación Tigre realizando todo su recorrido.

Siendo las once y cincuenta de la mañana en mi reloj, comienza nuestro viaje. Primera estación Lisandro de la Torre (once y cincuenta y siete). Realizo un panorama del vagón en el cual nos encontramos. Ciertas personas parecen viajar a sus trabajos. Otros, tal vez decidieron pasar el día fuera de sus casas y disfrutar de una mañana soleada.
El viaje sin duda es rápido. Entre estación y estación no hay más que un par de minutos de diferencia. Estación Belgrano, hora doce del mediodía. Hasta el momento desde la ventana del vagón me encuentro con imágenes conocidas, Club de Gimnasia y Esgrima, el hipódromo, el velódromo…
A modo de no perder el encanto de esta experiencia con la cual me reencuentro decido estar atenta sólo a mis percepciones. Sin notas, sin fotos. Solo registro los tiempos en que el tren une una estación con la otra.
Estación Núñez, doce horas y tres minutos. Al costado de nuestros asientos una pareja juega a las cartas. Se acomodan y solo alzan la vista para tomar cuenta de la estación que se aproxima.
Estación Rivadavia, doce horas y cinco minutos. A esta altura alcanzo destacar que dos vendedores ambulantes han pasado sin elevar su voz. De vagón a vagón pasan en silencio ofreciendo estampitas.
Comienzo a desconcertarme. Me encuentro alejada de todas aquellas imágenes conocidas que veía antes. Ahora si y más que antes, me acerco a la ventana del vagón. Las casas y calles cercanas a las vías pasan a ser mi nuevo paisaje a observar.
Estación Vicente López, doce y ocho minutos. Olivos, doce y diez. La Lucila, doce y trece. En cada una de las estaciones, la gente sube y se acomoda. Busca un lugar. Otros bajan y caminan por los costados de los andenes. Llegamos a Estación Martínez (doce y quince minutos). La secuencia de subir y bajar del tren se vuelve más notoria dado que el número de gente que sube es mayor al de las estaciones anteriores.
De nuevo el viaje continúa y sigo pensando que sólo quiero disfrutar del paisaje, nada más. Pienso que si bien puedo tener un registro casi perfecto de la situación en la cual me encuentro e incluso decir que el vagón tiene aproximadamente sesenta y ocho asientos de color azul y celeste, algunos desgarrados por el uso, el viaje no solo me invita a observar y registrar exteriormente sino que dentro mío un viaje paralelo comienza a surgir. Me remonto a los trayectos que realizaba en tren con mi abuelo y hermanos desde Ituzaingó, provincia de Buenos Aires, hacia capital después de un par de semanas de vacaciones. Busco aún más y resurgen mis deseos de viajar constantemente, de conocer nuevos lugares, de vivir en un lugar diferente al cual vivo en la actualidad dada la diferencia de transito y el continuo movimiento de gente. Poder realizar el movimiento que propone el antropólogo Lins Ribeiro y volver exótico lo familiar.
Estación Acasuso, doce horas y dieciocho minutos. San Isidro, doce y veinte. Sucesivamente el tiempo entre cada una de las estaciones se resume en los mismos pocos minutos que en el comienzo del trayecto. Tras ellas Estación Beccar, Victoria, Virreyes... Sin despegar la vista de las casas y las plantas que las adornan me quedé mágicamente fascinada por una casa de color rosa. El instante en el que la vi continua extendiéndose en la retina de mis ojos por largos minutos. Paradas siguientes, San Fernando, Carupá, la sigo recordando perfectamente. Un patio lleno de vegetación por doquier, no muy grande, no muy pequeño. Azulejos antiguos en parte de las paredes. Una casa estilo colonial. Por dentro pienso “si viviese en esa casa, todos los días serían días geniales”. Nuevamente un antropólogo, esta vez Edmund Leach, aparece en mi mente con su construcción del otro. En este caso, el llamado otro lejano donde la distancia que nos separa de aquél otro se vuelve el punto clave y necesario para remontarnos a una situación paradisíaca siempre.
Doce y treinta y siete minutos. Estación final, Tigre. Como es de esperarse, un gran número de personas, entre ellos nosotros, nos dirigimos hacia la salida de los andenes.

El día continua siendo soleado. La tarde se presta para caminar. Mi compañero y yo paseamos por donde se encuentra el monumento al remero. Las banderas de los diferentes clubes y las placas con sus respectivos años de inauguración se lucen al costado de éste monumento.

Nos detenemos frente al Río Luján, disfrutando de la agradable vista. Sacamos fotos y Daniel me cuenta de sus experiencias en este deporte. Dejo que el sol acaricie mi rostro y tras cerrar un par de segundos los ojos nos encontramos listos para emprender nuestra vuelta.
Una hora después de nuestra llegada al Tigre, arranca el tren destino a Retiro. Tomo de mi bolso mi anotador y con la lapicera en mano hago un registro de este nuevo viaje de regreso.
El movimiento de los vagones hace complicado que pueda escribir mis notas. El ruido que éstos producen con las vías se vuelve constante. Particularmente no me molesta aunque el “silencio” que se alcanza al llegar a cada una de las estaciones es un alivio para nuestros oídos que tanto se acostumbran al rechinar de los vagones.
El número de gente que se desplaza por los andenes es mayor que al del viaje de ida debido a la diferencia horaria. Entre estación y estación, comienzan a subir pasajeros con las camisetas de fútbol del equipo de Tigre. En ese instante nos damos cuenta que en el Estadio de River Plate (situado en Núñez) juegan partido River- Tigre. Los hinchas son destinados por fuerzas de la policía hacia el último vagón. Desde lejos escuchamos los clásicos cánticos alentando a su equipo.
El ruido del tren ya no es único y no solo se encuentra acompañado por las voces desaforadas de los hinchas, sino también de un vendedor ambulante de cds que con voz potente y tratando de opacar los demás ruidos nos ofrece “los mejores éxitos románticos, clásicos y del momento de regetton”. En su mano derecha carga el grabador que reproduce dichas canciones.
Dos de la tarde. Entre las subidas y bajadas de los hinchas, nuestro regreso se vuelve más extenso que el viaje de ida. Estaciones después, las consecuencias de las pequeñas demoras se hacen visibles. La acumulación de gente en los andenes hace que al subir a los vagones haya poco espacio entre los pasajeros. Desde algún rincón rescato a alguien decir “no hay más lugar”.
Estación Núñez, dos horas y veinticinco minutos. Recambio de pasajeros. Los hinchas llegan a destino y descienden. Nuevamente comienza a haber lugar en los vagones y el ambiente se torna más calmo.
Las pocas estaciones que quedan vuelven a ser conocidas. Los edificios altos empiezan a hacerse notar. Las autopistas se ven a lo lejos.
Una disminución en la velocidad del tren nos anuncia que nos encontramos entrando en la gran estación de Retiro.
Descendemos pero esta vez en el andén número cuatro siendo las dos y cuarenta de la tarde. Dejando escapar comentarios del viaje, Daniel y yo nos dirigimos hacia los molinetes que dan paso a la salida. Me despido de él y cruzo la estación principal escabulléndome entre la multitud.

miércoles, 1 de julio de 2009

Paranoia

Durante mucho tiempo busqué la forma de contar esta historia. Quizás por no tener un recuerdo preciso no me animé a hacerlo antes. Pasó hace cinco años atrás. Elvira y Antonio eran mis vecinos en aquel entonces. Los días de invierno se acercaban, las hojas de los árboles se movían de lado a lado como danzando. Nuestras casas se encontraban tan próximas que era posible vernos de ventana a ventana, aunque esta de más decir que sólo lo hacíamos por seguridad en algún caso extraño y no por curiosidad.
Eran épocas difíciles. La empresa donde trabajaba había quebrado y mi tiempo lo ocupaba leyendo, después de todo era mi hobbie, una pasión heredada de mis padres al igual que la casa en la cual vivía. Las bibliotecas repletas de libros desbordaban por cada uno de los rincones de las habitaciones y yo había decidido leer uno tras otro, eligiéndolos al azar. En esos días había dejado sin terminar de leer una obra de Christopher Marlowe, un poeta y dramaturgo nacido en 1564, de la cual no recuerdo el nombre ni mucho de su contenido. Fue por eso que decidí buscar un libro que llamara más mi atención. Así fue que encontré aquél que perduraría por mucho tiempo en mi memoria. Un libro de tapa blanca, con letras negras y poca cantidad de hojas que hacían a su totalidad. Tras aquella tapa…se encontraba parte del futuro de mi vida y de la de las pocas personas que me rodeaban.
Una noche de insomnio comencé a ser partícipe de la historia que aparecía en aquel libro anónimo. Me introduje en las idas y vueltas de un joven que tras el abandono de su novia había quedado prácticamente loco y su vida había sido devastada por completo. Me había sucedido tal como a él y el sentimiento de nostalgia que me inundó en aquel momento hizo que dejara de leer aquellas primeras hojas.
Nunca había querido admitirlo pero algo en Elvira me hacía recordar constantemente a aquella novia que me había dejado. Eran dos personas totalmente distintas pero por este recuerdo algo en ella me producía rechazo.
Días después continué mi lectura. Las sensaciones que resurgían en mi se volvían peligrosas. En mi mente mis recuerdos se revolvían y aparecían para producirme una horrible sensación en el pecho. El libro estaba cambiándome por completo pero no podía dejarlo. La necesidad que tenía de cerrar aquella etapa de mi vida era terminando aquel libro y descubriendo su final.
Con el transcurso de los días me vi adentrándome en algo que no quería. La cercanía de las casas y la vigilancia que nos dábamos mutuamente entre vecinos ya no era mi objetivo. Sólo quería ver a Elvira. Sus movimientos y su forma de andar me eran tan conocidos que no fui yo quien actuó, sino mi cuerpo y una mente ajena que sin embargo se encontraba dentro de mí. Debía acercarme a ella.
Recuerdo cómo en aquel momento dejé el libro al costado de la mesa. Me levanté y me dirigí hacia la puerta de entrada de mi casa. Salí. Aún era temprano para que Antonio regresara de su trabajo. Esquivé aquel perro negro inofensivo que llamaban Woolf y toqué timbre. Amablemente Elvira atendió al llamado. Algo en su rostro calmaba mis actos de impulso. “Permiso” le dije y me introduje en su casa. Tras cerrar la puerta aquel sentimiento rojo comenzó de nuevo a apoderarse de mí. Mi cuerpo me manipulaba. Incluso pensé que aquél libro había logrado hacerlo.
Conociendo el resto de la historia podrán juzgarme de loco y psicópata pero como ya dije no era yo quien se encontraba en aquel cuerpo.
Tal habría sido la mirada violenta con la cual miré a Elvira aquella noche que sin decir nada ella se echó a correr por su propia casa teniendo miedo de lo que yo podía llegar a hacer en aquel estado. Loco, comencé a perseguirla rompiendo todo lo que se encontraba a mi alrededor, sillas, mesas y adornos. Mis manos sangraban literalmente aquel momento de furia. Mi cuerpo estaba dispuesto a matar a mi vecina que era completamente inocente de aquella historia que tanto a mi me torturaba.
Caí desmayado. Recuerdo haber abierto los ojos y ver un techo blanco que encandilaba mis pupilas. Un médico tomaba mi presión. Me contaron que la primera impresión que habían tenido de los hechos ocurridos en la casa de mis vecinos había sido un robo. Por un lado los espejos rotos así como botellas y vasos de ginebra derramados por el suelo, por otro, un pañuelo manchado con la sangre que había dejado caer de mis manos. Elvira lógicamente, asustada contó la verdad acerca del episodio. Al enterarme de lo sucedido ni yo mismo lo podía creer. Las palabras de aquél libro anónimo habían hecho de mi una persona extraña que yo mismo desconocía y hasta me daba temor. Acepté a la oferta de un cuidado especial. Nadie en aquel barrio iba a querer tenerme cerca y ni siquiera yo mismo quería estarlo por miedo a tener otro ataque de doble personalidad.
Nunca llegué al final del libro.
Aún no cierro la historia de aquella mujer que me dejó e incluso hasta el día de hoy no cuento por qué lo hizo. Tal vez, quién sabe…tenían un final feliz. No fue así el mio.