miércoles, 1 de julio de 2009

Paranoia

Durante mucho tiempo busqué la forma de contar esta historia. Quizás por no tener un recuerdo preciso no me animé a hacerlo antes. Pasó hace cinco años atrás. Elvira y Antonio eran mis vecinos en aquel entonces. Los días de invierno se acercaban, las hojas de los árboles se movían de lado a lado como danzando. Nuestras casas se encontraban tan próximas que era posible vernos de ventana a ventana, aunque esta de más decir que sólo lo hacíamos por seguridad en algún caso extraño y no por curiosidad.
Eran épocas difíciles. La empresa donde trabajaba había quebrado y mi tiempo lo ocupaba leyendo, después de todo era mi hobbie, una pasión heredada de mis padres al igual que la casa en la cual vivía. Las bibliotecas repletas de libros desbordaban por cada uno de los rincones de las habitaciones y yo había decidido leer uno tras otro, eligiéndolos al azar. En esos días había dejado sin terminar de leer una obra de Christopher Marlowe, un poeta y dramaturgo nacido en 1564, de la cual no recuerdo el nombre ni mucho de su contenido. Fue por eso que decidí buscar un libro que llamara más mi atención. Así fue que encontré aquél que perduraría por mucho tiempo en mi memoria. Un libro de tapa blanca, con letras negras y poca cantidad de hojas que hacían a su totalidad. Tras aquella tapa…se encontraba parte del futuro de mi vida y de la de las pocas personas que me rodeaban.
Una noche de insomnio comencé a ser partícipe de la historia que aparecía en aquel libro anónimo. Me introduje en las idas y vueltas de un joven que tras el abandono de su novia había quedado prácticamente loco y su vida había sido devastada por completo. Me había sucedido tal como a él y el sentimiento de nostalgia que me inundó en aquel momento hizo que dejara de leer aquellas primeras hojas.
Nunca había querido admitirlo pero algo en Elvira me hacía recordar constantemente a aquella novia que me había dejado. Eran dos personas totalmente distintas pero por este recuerdo algo en ella me producía rechazo.
Días después continué mi lectura. Las sensaciones que resurgían en mi se volvían peligrosas. En mi mente mis recuerdos se revolvían y aparecían para producirme una horrible sensación en el pecho. El libro estaba cambiándome por completo pero no podía dejarlo. La necesidad que tenía de cerrar aquella etapa de mi vida era terminando aquel libro y descubriendo su final.
Con el transcurso de los días me vi adentrándome en algo que no quería. La cercanía de las casas y la vigilancia que nos dábamos mutuamente entre vecinos ya no era mi objetivo. Sólo quería ver a Elvira. Sus movimientos y su forma de andar me eran tan conocidos que no fui yo quien actuó, sino mi cuerpo y una mente ajena que sin embargo se encontraba dentro de mí. Debía acercarme a ella.
Recuerdo cómo en aquel momento dejé el libro al costado de la mesa. Me levanté y me dirigí hacia la puerta de entrada de mi casa. Salí. Aún era temprano para que Antonio regresara de su trabajo. Esquivé aquel perro negro inofensivo que llamaban Woolf y toqué timbre. Amablemente Elvira atendió al llamado. Algo en su rostro calmaba mis actos de impulso. “Permiso” le dije y me introduje en su casa. Tras cerrar la puerta aquel sentimiento rojo comenzó de nuevo a apoderarse de mí. Mi cuerpo me manipulaba. Incluso pensé que aquél libro había logrado hacerlo.
Conociendo el resto de la historia podrán juzgarme de loco y psicópata pero como ya dije no era yo quien se encontraba en aquel cuerpo.
Tal habría sido la mirada violenta con la cual miré a Elvira aquella noche que sin decir nada ella se echó a correr por su propia casa teniendo miedo de lo que yo podía llegar a hacer en aquel estado. Loco, comencé a perseguirla rompiendo todo lo que se encontraba a mi alrededor, sillas, mesas y adornos. Mis manos sangraban literalmente aquel momento de furia. Mi cuerpo estaba dispuesto a matar a mi vecina que era completamente inocente de aquella historia que tanto a mi me torturaba.
Caí desmayado. Recuerdo haber abierto los ojos y ver un techo blanco que encandilaba mis pupilas. Un médico tomaba mi presión. Me contaron que la primera impresión que habían tenido de los hechos ocurridos en la casa de mis vecinos había sido un robo. Por un lado los espejos rotos así como botellas y vasos de ginebra derramados por el suelo, por otro, un pañuelo manchado con la sangre que había dejado caer de mis manos. Elvira lógicamente, asustada contó la verdad acerca del episodio. Al enterarme de lo sucedido ni yo mismo lo podía creer. Las palabras de aquél libro anónimo habían hecho de mi una persona extraña que yo mismo desconocía y hasta me daba temor. Acepté a la oferta de un cuidado especial. Nadie en aquel barrio iba a querer tenerme cerca y ni siquiera yo mismo quería estarlo por miedo a tener otro ataque de doble personalidad.
Nunca llegué al final del libro.
Aún no cierro la historia de aquella mujer que me dejó e incluso hasta el día de hoy no cuento por qué lo hizo. Tal vez, quién sabe…tenían un final feliz. No fue así el mio.

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