lunes, 20 de julio de 2009

Diario 3

Miércoles 15 de Julio

Después de organizarme, armar un cuadro con los temas principales que quería abarcar, recuerdos y de más datos, decidí enfrentar la hoja en blanco de la computadora y empezar a escribir mis primeras ideas.

Durantes los siguientes días continúe desarrollando mi proyecto hasta alcanzar un primer boceto que publico hoy en esta tercera parte de mi Diario. Incluidos en él presento fotos que me han servido de guía para poder explayarme sobre algunas cosas, averiguaciones históricas y los testimonios de mi familia.

Sin embargo, me gustaría profundizar en determinados aspectos, por sobre todo lo que es el tema del faro en sí. Espero recibir alguna recomendación de algún texto que pueda ayudarme un poco más.


El testigo silencioso

Un viaje puede significar muchas cosas en la vida de una persona. Viajar, palabra fugitiva que nos incita al movimiento tanto hacia los confines del mundo interior, como del mundo exterior.

Hace un par de años atrás los momentos previos al viaje en familia solían ser un caos. Instantes de ansiedad, todos repasando mentalmente lo que sí debía llevarse y lo que no. Extraña sensación de entusiasmo. Partir, no importa lugar ni horario, día o estación. Sólo partir.

Ruta nacional Nº 3, sur. 630 kilómetros desde la Ciudad de Buenos se tiñen con el color del paisaje. Verde, azul, celeste, blanco y nuevamente verde. Fantástica línea del horizonte. Escenario de pura libertad. A 78 km. de la ciudad de Bahía Blanca, de donde es oriundo mi padre, un desvío anticipa que me deparan 30 km. de grandes médanos cubiertos por asfalto. Minutos más sólo será la calle angosta y el típico cartel verde (anuncio de ruta) el que me de la bienvenida a: Monte Hermoso.

Monte Hermoso es un pequeño distrito ubicado sobre la costa atlántica. Su nombre hace referencia a un médano que alcanzó a medir 36 metros de altura siendo visible a gran distancia, en lo que se conocía como “Punta Tejada”. Originariamente las tierras que hoy lo integran, fueron cedidas a mediados del siglo XIX a familiares de don Juan Manuel de Rosas. En el año 1879, Esteban Dufaur decidió comprar 4.000 hectáreas de estas tierras y encomendó a su hijo Sulpicio Esteban la tarea de organizar un establecimiento rural, teniendo en cuenta su ubicación de privilegio frente al mar.
El invierno es una estación particular para visitar las costas atlánticas de nuestro país. Todo el color del verano parece desvanecerse. Es justamente aquí, a pesar de tibio sol que nos cubre, donde un aspecto gris se apodera tanto de las paredes de los edificios como de las puertas de los negocios. Sin embargo, no logra oscurecer el buen ánimo de los lugareños quienes atienden sus comercios con grandes sonrisas y siempre están dispuestos a charlar un ratito aunque sea sobre el clima. En parte creo que esto se debe al hecho de que se avecina la hora de la siesta, un descanso general donde todo parece inmóvil con la excepción de algunos jóvenes lugareños inquietos o los antiguos visitantes de este lugar, que prefieren emplear su tiempo en pasear o volver a reencontrarse con todas aquellas cosas que vuelan en el recuerdo, como es en mi caso.
Hasta el año 1935 Monte Hermoso pertenecía al partido de Bahía Blanca. Luego a través de un proyecto del legislador Gregorio Juárez se anexaron las tierras al partido de Coronel Dorrego de quien se independizó definitivamente un 1º de abril de 1979 primero bajo la forma de municipio urbano de Monte Hermoso hasta el 23 de mayo de 1983 cuando fue promulgada la ley 9949 designándolo: Partido de Monte Hermoso.
Son pocos los cambios que se han dado con el correr del tiempo. Algunos edificios nuevos, un par de calles pavimentadas, dos o tres propiedades horizontales con formato de galería. En la casa de turismo (un negocio ubicado en el centro del partido) me han dicho que las actividades acuáticas son la nueva innovación. Al parecer las playas un poco más alejadas del centro son ocupadas por todos aquellos que desean pasar las tardes practicando jet sky. Interesante sí…pero Monte Hermoso solía particularizarse por conservar la paz en sus playas.

Monte Hermoso no es un partido muy grande. Su extensión se limita en 3 o 4 kilómetros a lo ancho de sus playas. Caminar estas cuadras tiempo atrás me habría parecido eterno, pero el pensamiento cambia cuando se aprende a descubrir en el camino plazas llenas de altos árboles, veredas limpias y el amable viento que roza tu cara.

Respirar. Sólo eso.

-Si hay algo inolvidable y que caracteriza a este lugar es la salida y la puesta del sol sobre el mar, haciendo eternas las tardes y los días.

La costumbre de caminar por las playas de Monte Hermoso ha de ser algo legendario en mi familia. Mi padre acompañado de mis tíos y mis abuelos emprendían la caminata hasta el final de las playas donde se encuentra el faro una y otra vez, cada verano que se encontraban de visita. Lo mismo sucedía con mis hermanos y conmigo.

La pasividad de la tarde oponiéndose al ruido de las olas que se arman y se desarman chocando unas con otras me incitan al movimiento. Siempre pensé que la arena bajo mis pies es una agradable sensación de cable a tierra. Una conexión particular entre el mundo y mi cuerpo.

Caminar a orillas del mar implica una constante música de fondo. El viento te despeina y las gaviotas parecen volar contra viento y marea.

A distancia se alza el muelle de pescadores. Aún en mi infancia tenía una apariencia pobre, a medio terminar. En la actualidad se encuentra igual. Sus columnas parecen poco seguras pero aún así resisten con fuerza los golpes de las olas, esa fuerza extraordinario que encarnan frente a la construcción.
Año tras año tengo la costumbre de situarme debajo de las pasarelas de los muelles con el fin de retener en mi retina la imagen de un mar enmarcado por las pilastras que los sostienen.
Absurda paradoja de creer que la inmensidad encuentra límites.

En épocas de verano, a esta misma hora (6-7 de la tarde) los pescadores de redes portátiles despliegan su arte. Hombres y jóvenes de diferentes edades toman el carácter necesario para compartir un momento en conjunto y colaborar con el acto. Nadie dice que no a nadie. Todos se ven envueltos en la expectativa del ritual. Las sonrisas son plasmadas en las fotos que demuestra la participación de la gente en una costumbre lugareña.

Inclinado en las tardes
tiro mis (…) redes
a tus ojos oceánicos.[1]

La distancia hacia mi destino se acorta. Mi próxima meta visible se vuelve el Faro. Sus colores blanco y rojo no pasan desapercibidos y su base parece estar cubierta por una abundante vegetación.

Si bien a la altura del centro las playas se encontraban prácticamente desérticas, aún más alejados de ellas, parecen vacías. La soledad sin parecerse a ella se apodera de todo. Paz.
A mi izquierda se alzan altas murallas, paredes desgastadas por el correr de los vientos pero que sirven para evitar inundaciones provenientes de las tormentas marinas en lo que es denominado el Barrio de los pescadores. Un barrio compuesto por apenas 6 casas que se sitúan entre la vista directa al mar y una calle de tierra arenosa que los separa de verdes prados. Ambos paisajes, postales naturales.
Años atrás esta naturalidad de la que tanto hablamos abría paso al hallazgo de almejas y ostras de grandes tamaños que acaparaban las orillas de estas playas. Hoy en día, la acción depredadora del hombre fue mermando con todo ello.

Conciencia. Lo que el hombre destruye lo destruye para siempre.

Un par de metros más bastan para descubrir en éstas murallas decoraciones hechas con conchillas. Un arte extraño que genera en quien lo observe las ganas de querer pasar su mano por encima, apelar al tacto humano más allá de la visión que curiosamente a cercana distancia se confunde, masifica y en lejanía, grande es la diferencia que puede hacer sobre cada uno de los dibujos: peces, moluscos, tiburones y pulpos.

Por primera vez, el horizonte del mar queda como protagonista secundario para otorgarle mayor importancia a la enormidad de las paredes que acompañan al Faro Recalada situado frente al mar.
La inauguración del Faro Recalada fue llevada a cabo un 1º de enero de 1906. Su construcción habría sido decidida en el año 1904 y fue dirigida por el Ingeniero Luiggi, quién también dirigió la construcción de la base Naval Puerto Belgrano. Los materiales fueron provistos desde Francia por la misma empresa que se hiciera cargo de la construcción de la torre Eiffel.
Un siglo atrás, el lugar presentaba serias dificultades para el transporte de materiales, pues estaba cerrado por cadenas de médanos vivos. Por esta razón, tuvo que adoptarse el transporte por mar para hacer llegar a la zona los insumos necesarios para la construcción. Transportada por la empresa Barbier Bernad y Turenne fue embalado en unos 100 cajones con etiquetas en las que podía leerse el destino, Monte Hermoso.

Imposible no sentirse intimidado ante la inmensa torre metálica. Sus largos metros de altura y sus 293 escalones logran apoderarse del mar, de las costas cercanas y de las ajenas, de todo el partido de Monte Hermoso e incluso más allá del mismo.
Mi padre me contaba que en su infancia el juego que mi abuelo le proponía al él y sus hermanos era descubrir la luz del faro aún viajando en la ruta. De esta forma, las narices contra el vidrio de la ventana del auto bastaban para deleitarse con el primer minúsculo punto brillante en la oscuridad de la noche que marcaría el destino al que esperaban arribar.

Todavía en los ojos siento esa luz burlona
de miles de faroles sobre el tropel de pasos.[2]

El faro siempre ha tenido connotación en el destino como el viaje mismo. Desde la antigüedad los navegantes han confiado en las iluminas fijas de la costa para ser guiados por el mar. Sus luces han servido de guía ante lo de desconocido, han mantenido vivas esperanzas y han acercado otras, han servido de compañía para quienes se han encontrado rodeados de inmensos kilómetros de agua.
En lo personal el faro siempre ha sido mucho más. Somos nosotros, los hombres quienes nos hemos planteado nuestro origen y nuestro destinto en nuestro accionar, en nuestro que hacer, en nuestros escritos y en nuestro pensar. Hemos viajado a los confines del mundo interior en búsqueda de nuestra propia identidad. Nos hemos vistos envueltos en diferentes luces, destellos de lo que puede ser y de lo que fue. Luces que han servido de guías para nuestro caminar. Todo encuentra representación en el faro y en su utilidad.

Extraña sensación es la que se propaga por el cuerpo en el momento que alzamos la vista en búsqueda de la cúspide del faro. Nuestra vista se agudiza e intentamos inmortalizar el momento en que fuimos minúsculos ante él. El sonido del mar parece desaparecer, los oídos se tapan, los pies se vuelven firmes raíces que crecen en el suelo y el cielo nuestra propia cabeza o techo. Nadie habla. Todos escuchan al testigo silencioso.




[1] Neruda ,Pablo; Poema 7.
[2] Pavese, Cesare; Poemas méditos, poemas elegidos; Los Mares del sur. Buenos Aires, Fausto, 1975

1 comentario:

  1. ma. victoria

    me gusta este tono evocativo, algo nostalgioso, poético
    memoria personal/memoria histórica

    funcionan muy connotativamente los fragmentos de citas poéticas, ¿ampliar el uso de este recurso?

    sí, parece haber algo casi misterioso en ese faro, en la historia de su creación, en su simbología;
    ¿desplegaste semánticamente el término "faro"?,
    ¿buscaste textos poéticos que trabajen el mar, la costa, la pesca, los faros...?

    ¿Has leído algo de Marcel Proust?

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